martes, 20 de agosto de 2013

En el Campo Santo

La historia de mi vida es harto difícil de entender. Puede que los únicos seres que me comprendan  en este mundo sean las hijas de Zapatero  o Lady GAGA, me hes indiferente.
Cuando era pequeña, y digo bien lo de pequeña,  1 metro con 10 centímetros aprox y 8 años a lo sumo, me encantaba ir con mymotherconlasrodillasclavadasintheguanterbecauseyourbrothervadetrás al cementerio.
 Como quien no quiere la cosa preguntaba a mi madre,con gran disimulo y  de una manera cuasi infantil, hay que tener en consideración que con 8 años  te permiten concursar en masterchef junior, si nos era posible acudir en nuestro tiempo de asueto a la playa de Rebolleresdemialmatumerobaslacalmayonopuedovivirsintí, a remojar los pies y  a respirar el aire puro que desprenden los abedules en esa época del año. Mi madre sin perder un ápice de la elegancia y buen hacer que la caracterizaba me respondía sin demora   "qué quies ir al cementerio otra vez, mira que yes rara de cojones , ye la cuarta vez que vamos en esta semana, van sácanos un cantar y va cágate en la cara  una muñeira Carlos Rubiera y mira que yo no quiero estar en boca de nadie, que llevo más de 40 años viviendo en este pueblo y nunca nadie nos tuvo que decir nada oyisteme? pues toma nota" .
Haciendo oídos sordos a las advertencias de mi madre tiraba para el cementerio. Era allí, en el Campo Santo dónde no sé porque encontraba la seguridad que no tenía en la gran ciudad.
Me encantaba disfrutar del silencio, de la paz, de la calma chicha y fueron muchas las tardes que pasé allí escuchando la nada,a pesar de que a veces la tranquilidad celestial era quebrada por una suave y monocorde música gitano- andalusí   y otras veces, por Raffaella Carrá.
Por eso ahora, tras casi treinta años después, tengo la gran virtud de la paciencia y el don de saber escuchar.Cualidades tan de capa caída en esta sociedad postraumática que nos toca vivir.
 Mientras escucho a mi hija  me pinto hasta con veinte capas de esmalte las uñas de las manos y de los pies,(que con la po lla y los cojo nes todos suman veintitrés) después las descascarillo y las colecciono en un cenicero de cristal.  Entonces me llena de orgullo y satisfacción  cuando mi hija me dice, mamá si algún día del día de mañana tuviera hijos me gustaría poder transmitir esa capacidad que tienes de escuchar, silenciosamente, las opiniones de los demás a pesar de ser contrarias a las tuyas.
Entonces canto, en silencio, una música gitano-andalusí